lunes, 12 de abril de 2010

Recuerdos de una mañana de domingo II

Al parecer esa mañana había sido creada para recordar. Lara seguía hierática, con la vista clavada en el techo y los ojos algo menos húmedos.
Saltando de recuerdo en recuerdo había llegado hasta él. Probablemente el hombre más importante, hasta el momento, de su vida. O quizás de toda su vida, quién sabe. César tenía casi 11 años más que ella, 10 y 8 meses para ser exactos, y sin embargo, aparentaba casi la edad de Lara. Su espíritu libre, sus rizos oscuros, su humor interminable... se enamoró nada más verlo. Tuvo un presentimiento fuerte, intenso, y minutos después cruzaron las primeras palabras con cara de despreocupados y alguna mueca de desinterés.
Pocas horas más tarde, ella recorría su espalda mientras le susurraba boleros y el descansaba en la hierba.
Llevaban cada verano de su vida en ese pequeño pueblo y era la primera vez que se veían, y solo eso había bastado para perder la cabeza, y más de la mitad del corazón (y la razón) por el otro.

Entonces Lara apenas tenía 15 años, y a pesar de eso César no podía evitar comérsela con los ojos, mientras ella sólo cruzaba los dedos para que él no tuviera más de 20. Pero la verdad les hizo dar todo por perdido, conformándose con miradas furtivas y sueños a medianoche, sin imaginar por un momento, lo cerca que estaban sus fantasías de sus latidos.

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