Soy lo que ya no.
La que creyó y maldijo. Y la que de tanto llorar se diluyó y ahora se conforma con ser vertido. Quien todavía se aprende y a veces se deja aprender. Soy la que no sabe hablar sin nombrar a su madre, la de la guitarra sorda, la de la sangre callada.
Soy la que ya no. Y todavía sí.
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Si me quedo es porque no me encierra, porque me comprende sin entenderlo nunca del todo. Mi equilibrio. Mi calma. Mi tormenta de sol. El que reza que mi coño es la mejor carne del restaurante del mundo y el que todavía me pide mesa, pero no hora. Quien no se preocupa de curarme las heridas sino de soplarlas para que no escuezan tanto mientras cierran. El que no escribe pero cuando habla de mí callan hasta los ríos.
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